El día que la realidad superó a la ficción: Se cumplen cinco años del inicio de la pandemia de coronavirus

La crisis sanitaria más importante del siglo XXI dejó un saldo de 130 mil argentinos fallecidos. En el medio, hubo de todo: confinamientos, barbijos, vacunas, virtualidad, polarización política y nueva normalidad. Lo que se hizo bien, lo que se hizo mal y un grito de “libertad” capitalizado por la ultraderecha.

El 11 de marzo de 2020, la OMS decretó oficialmente la pandemia de coronavirus y el 20 de ese mes comenzó en Argentina el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO). Cinco años que para muchos parecen una eternidad y para otros se pasaron volando. Por esa noción descalabrada y subjetiva que los humanos tienen del tiempo, el día que el presidente Alberto Fernández comunicó el mensaje de la cuarentena se acerca y se aleja, como si fuera un espejismo. En su derrotero, un virus inaccesible a la vista se propagó de manera inédita y terminó con la vida de 130 mil argentinos y argentinas. En el medio, ocurrió de todo: confinamientos, distanciamientos, barbijos, vacunas en tiempo récord y “nueva normalidad” colmada de temores y nervios.

En el presente, el gobierno libertario fustiga las políticas que en aquel momento decidieron Fernández y compañía. En este sentido, uno de los blancos predilectos es el aislamiento al que refieren como “la cuarentena más larga de la historia de la humanidad”. Para referirse a Ginés González García, el ministro de Salud al comienzo de la pandemia, Milei lo destaca como “uno de los políticos más siniestros de nuestra historia”. Y las acciones de la OMS son explicadas como “uno de los delitos de lesa humanidad más estrafalarios de la historia”. Hay un denominador común: con los libertarios la espectacularización y la grandilocuencia suben el volumen.

El físico Jorge Aliaga, la bioquímica Daniela Hozbor, el biólogo Ernesto Resnik y el bio-informático Rodrigo Quiroga, cuatro de las voces más escuchadas durante la pandemia, brindan sus perspectivas a Página/12. Opinan sobre la cuarentena, destacan lo bueno y lo malo de la gestión de la crisis, y apuntan cómo esa necesidad de libertad que se experimentó durante el auge del virus, hoy se traduce en la hegemonía de gobiernos de ultraderecha.

¿La cuarentena más larga?

Uno de los discursos que buscó instalar el gobierno libertario es que la de Argentina fue la cuarentena más larga de todas. Aliaga contesta al respecto: “No es verdad que hubo más cuarentena acá que en otros países. Es falso. La cuarentena real duró unos días y a fines de abril se comenzaron a retomar muchísimas actividades. Esto se puede ver en los gráficos de movilidad de los celulares, que publicaba Google o Apple”.

Quiroga brinda más detalles: “No fue ni la más larga continuada, ni tampoco la más larga si se consideran acumulados los períodos separados en el tiempo en que aumentaron las restricciones. En países como Nueva Zelanda y algunos de Europa hubo más días”. Desde su perspectiva, el asunto es que en Argentina se suele definir que la cuarentena duró 200 días cuando en verdad no fue así.

Duró 82 días y después lo que tuvimos fue DISPO (Distanciamiento Social, Preventivo y Obligatorio) que se prolongó durante 120 días en algunas partes del país, como el AMBA, Córdoba, y departamentos de Río Negro y Chubut. La gran mayoría del interior, a partir de junio de 2020, levantó las restricciones”, dice Quiroga. Luego remata: “Milei pone como ejemplo la tasa de mortalidad de Nueva Zelanda. Es paradójico porque fue el país que menos muertes tuvo, justamente, por sostener la cuarentena más estricta”.

Además, una cosa es que haya distanciamiento y otra muy distinta es el acatamiento, que fue bastante heterogéneo. Resnik sintetiza en la misma línea que Aliaga y Quiroga, y diferencia entre la norma y lo que efectivamente ocurrió: “Argentina no tuvo ni la cuarentena más larga, ni mucho menos la más dura. En cuanto a lo que se decretó quizás haya sido prolongada, pero en cuanto a lo que finalmente ocurrió, ni cerca estuvo de reflejar tal confinamiento”.

Si bien al comienzo la medida gozó de consenso social, de a poco el acuerdo se fue apagando. Las voces disidentes fueron encarnándose en la postura del gobierno porteño que, en oposición a la lectura bonaerense por ejemplo, pedía por el retorno a clases presenciales. Aliaga señala: “Todo el mundo estuvo de acuerdo en que la medida estuvo bien al principio. A fines de abril, la discusión era si se pasaba o no a una etapa en la que se fuera contagiando la gente paulatinamente. CABA, por un lado, estaba más de acuerdo en que, más allá de que hubiera muertos, no se debía afectar tanto a la economía; y Buenos Aires, por otro, privilegiaba que hubiera la menor cantidad de muertos posible”. Una decisión económica, pero también ética. ¿Cuánto vale una vida?

Lo bueno y lo malo

Todavía es posible recordar la llegada de las primeras imágenes impactantes. Chinos que caían en plena calle, víctimas de un virus desconocido. Policías disfrazados como si fueran astronautas que custodiaban las fronteras, médicos que se convertían en héroes de aquel lado del Atlántico y luego de este.

En Argentina, Alberto Fernández recién estrenaba sus primeros meses de gobierno y decía lo siguiente: “El mundo atraviesa una amenaza. Y la Argentina también está en riesgo. La pandemia del Coronavirus se expande a gran velocidad en muchos países. Es el problema de salud más grave que hemos tenido en toda nuestra vida democrática”. Así decretaba el aislamiento y, de inmediato, creó una comisión de científicos y científicas para que lo asesoraran y lo acompañaran en varias de sus alocuciones públicas. De hecho, “gobierno de científicos” fue el eslogan que el gobierno empleó con orgullo para destacar que sus decisiones eran tomadas según la racionalidad científica.

Hozbor comenta: “La cuarentena fue larga, pero fue una medida acertada porque buscó contener al máximo la propagación del virus, en un momento de mucha incerteza. Con el diario del lunes se podrían haber hecho muchas cosas de otro modo”. Visto en perspectiva, coincide Resnik, se supo que “a no ser que seas China, con mucha tecnología de vigilancia y disciplina ciudadana, cumplir una cuarentena de este estilo es algo muy duro”. Y remarca: “Quizás faltaron válvulas de escape: si bien había que prohibir las reuniones colectivas, era necesario invitar a la gente a que saliera al aire libre. A dar una vuelta, ir a un parque”.

Al menos durante los primeros días de cuarentena, de repente, nadie más estuvo en las calles. El pan de masa madre, los desafíos y juegos por redes sociales, los conciertos que los músicos realizaban desde las casas, comenzaron a florecer. Barbijo sí; luego barbijo no porque es un recurso escaso que deben usar solo los profesionales de la salud; después barbijos caseros para estar protegidos de cualquier manera; más tarde, barbijos caseros no porque si no están hechos con las telas apropiadas, no protegen. Limpiar las superficies; luego, no sirve de mucho porque el asunto está en el aire. Dudas, incertidumbres, miedos, nerviosismo y angustia. 

Medidas excepcionales para tiempos excepcionales. Hozbor detaca lo bueno de la acción gubernamental en aquel entonces: “Actuar rápido con el confinamiento para permitir que el sistema de salud estuviera más preparado fue clave. Veníamos del macrismo y además ante la demanda global de insumos, conseguirlos se hacía más difícil. Se hizo un esfuerzo denonado para acceder a las vacunas. En diciembre del 2020 se estaba iniciando la campaña de vacunación”.

Aliga coincide en el “rol central” que tuvo el gobierno. “Controló que no hubiera acaparamiento de insumos por desesperación, que no hubiera monopolio de equipos de asistencia respiratoria. Impulsó, por intermedio de una fuerte inversión, los desarrollos en ciencia y técnica para promover proyectos. Esto permitió que hubiera iniciativas a disposición de la sociedad”. Barbijos del Conicet, kits que detectaban la presencia o seguían el rastro en el cuerpo del Sars Cov-2 y luego el desarrollo de vacunas.

En Argentina, los puntos altos se combinaron con problemas que, poco a poco, erosionaron la credibilidad del elenco gubernamental. La viralización de la foto del presidente, su esposa y un grupo de invitados afines, en parte, operó como uno de los detonantes en pleno confinamiento. Ello, sumado a otros conflictos vinculados a personas que, por sus contactos, pudieron acceder a la aplicación de dosis antes que otros, contribuyeron a ensuciar una imagen oficial luego difícil de limpiar.

Dudas y prejuicios

La ciencia internacional, apoyada por todo el complejo industrial farmacéutico, floreció en tiempo récord y las vacunas, más temprano que tarde, fueron fundamentales para combatir la crisis. En apenas unos meses, las grandes potencias anunciaban que ya tenían fórmulas eficaces y seguras, listas para ser escaladas y llegar a la población.

Pero el vértigo llegó acompañado de dudas y prejuicios. “La vacuna rusa no conviene porque no fue aprobada”; “Sí fue aprobada, solo que no conocemos el laboratorio”; “El Instituto Gamaleya tiene prestigio”; “Tampoco se conoce a ninguno de los laboratorios que producen las vacunas del calendario obligatorio”. Así, poco a poco, la Sputnik V, pero también la AstraZeneca, la Pfizer, la Moderna y la Sinopharm comenzaron a inocular a los brazos argentinos y a ser el común denominador en las reuniones de familia, amigos y trabajo.

Incluso, con el tiempo, Argentina participó de la fabricación y hasta elaboró su propia respuesta frente a la covid: la Arvac Cecilia Grierson. Es cierto, llegó tarde, pero llegó. Una geopolítica de las vacunas se entretejió especialmente a partir de 2021. Fue un prisma que sirvió para conocer las posturas de los diferentes países y cómo a los más ricos, en general, les interesaba acaparar dosis, algunas veces, sin sentido. El caso de Canadá fue emblemático al comprar por adelantado una cantidad cinco veces superior a lo que necesitaba su población. Mientras tanto, las naciones africanas se debieron contentar con enfrentar al virus sin protección hasta bien avanzada la pandemia.

El reverso de la información fue la desinformación. La Organización Mundial de la Salud comenzó a hablar de infodemia, es decir, el virus de las noticias falsas que corría en paralelo al Sars Cov-2. De hecho, esas fake news, en muchos casos, eran difundidas por los propios presidentes. Hasta Luc Montagnier, el científico francés que obtuvo el Nobel por describir el VIH, fue un impulsor de noticias falsas, carentes de toda rigurosidad.

En medio de las noticias falsas, los médicos combatieron a un virus invisible con su propia vida. Incluso los científicos hicieron lo propio. Aliaga lo recuerda: “Tanto el personal de salud como los científicos actuaron como uno hubiera esperado que actúen, acorde con la demanda. Los médicos haciendo lo que saben hacer, mientras que muchos investigadores, que no estaban ni siquiera cerca de un problema como una pandemia, dejaron sus trabajos y se centraron en atender la emergencia”. Y continúa: “De la misma forma que hoy se cuestiona al cambio climático, en aquel momento se criticaban las recomendaciones científicas”.

Hozbor completa: “Hay que entender que los profesionales de la salud trabajaron en condiciones extremas. Algunos perdieron la vida, bajo una enorme presión, pero todos mostraron un enorme compromiso”.

La “libertad”, eso que todos piden

La pandemia fue una crisis inédita. La buena noticia es que ya pasó, pero la mala es que otra crisis semejante puede suceder en cualquier momento. La fragilidad de esta época es notable, solo que la mayoría se hace la distraída. “Sabemos que las pandemias pueden ocurrir. Tenemos que prepararnos, contar con un sistema de salud robusto frente a emergencias. También necesitamos saber de una vez lo importante que es apoyar al sistema de ciencia y tecnología; contar con plataformas de vacunas para poder lograr respuestas soberanas”, dice Hozbor.

Aunque todo pasó y pareciera como si el mundo hubiese dado vuelta la página, alguna lección debe haber. Aliaga ensaya una respuesta: “El aire que respiramos debe ser igual de sano que el agua que tomamos. Eso enseñó la pandemia y no podemos olvidarlo. Lo mismo con las vacunas, que hoy están en duda, y su relevancia se pone en la superficie con el brote de sarampión”.

Aunque es contrafáctico, ¿alguien podría imaginar qué hubiera ocurrido si en 2020 el presidente hubiese sido Milei? Es muy difícil de prever porque el propio líder libertario que hoy se refiere a “la cuarentena más larga del mundo”, en una entrevista con Crónica TV decía apenas iniciada la pandemia: “Eso es lo que debería hacer el Gobierno: mostrarles a aquellos irresponsables que enferman al resto o ponen en riesgo al resto, que les va a caer con toda la fuerza del Código Penal”. Y luego, retomaba una senda ideológica más conectada con su pensamiento actual: “Si vos vas a sacar a todas las personas de la economía, la producción va a ser cero. Vamos a ser todos ‘muertos sanos’, nos vamos a morir de hambre porque nadie produce”.

La covid significó una experiencia traumática, porque las peores pesadillas se hicieron carne: la obligación de aislarse, dejar de ver a los seres queridos, vivir solo y finalmente morir solo, se volvió real. Frente a ello, es natural que el mundo pida “libertad”. El miedo fue aprovechado por los grupos de poder de la peor manera, pues, si bien se experimenta individualmente, el temor es una sensación que se construye de manera colectiva. La ultraderecha se maquilló con ideas libertarias, ganó terreno y halló en la pandemia a un delicioso trampolín. Tanto que en el presente, esta ideología disfruta de un chapuzón. La pregunta es: ¿cuánto durará el verano?

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